17 marzo 2012

Energía en España.La historia y los datos de un desastre

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La electricidad, su precio, está de moda. Derrochamos energía. De todos los países desarrollados somos el más ineficiente: Gastamos más energía por unidad de producción que ningún otro.

Para compensar esta desventaja, nadie pensó en mejorar nuestros procesos productivos o en programas serios de ahorro energético, e hicimos lo de siempre, esconder el problema debajo de la alfombra. En este caso con una artimaña inventada por Aznar: el llamado déficit tarifario. Se mantenía bajo el precio de la electricidad, pero se le pagaba a las eléctricas su coste real, y la diferencia se apuntaba en una cuenta de las empresas eléctricas que la reflejaban en sus balances como ingresos futuros. Los consumidores, sin que nadie nos preguntara, pagábamos barato hoy pero nos endeudábamos para las próximas décadas.

Con crédito barato las empresas eléctricas conseguían el dinero en el mercado de capitales, con el déficit de tarifa reconocido por el Estado como garantía, y lo repartían en forma de jugosos dividendos. Nadie se quejaba del déficit tarifario ni pedía subir la luz, muy al contrario, contra toda lógica, se sacaba pecho rebajándola, y se presentaba como un éxito del mercado. Lo cierto es que solo cambiamos de acreedores, que ya no eran las empresas eléctricas sino los “mercados”. Nuestro desarrollo se basó, entre otras cosas, en energía barata a crédito.

Y entonces descubrimos nuestra pasión por las energías renovables. Nosotros más verdes que nadie. En realidad la pasión escondía un gran negocio con múltiples beneficiarios: Ayuntamientos y Autonomías conseguían con las concesiones para instalar parques eólicos grandes cantidades de dinero y los particulares arrendaban tierras poco productivas, y toda clase de espacios para la instalación de placas fotovoltaicas. Los viajes al Caribe para todos y otras excentricidades se convirtieron en moneda común en muchos pequeños pueblos. El dinero verde (corrupción incluida) corría a raudales.

Los “mercados”, siempre atentos, vieron el negocio y financiaron la instalación de molinos y placas a cambio de los beneficios prometidos. En pocos años los nativos solo eran los gestores y los dueños eran bancos y fondos de inversión que prestaban el dinero para el “boom verde”. O sea que aquí también nuestros acreedores son ahora  los “mercados”.

Pero ¿De dónde vendría el dinero para el boom verde y como fue posible?. Aquí juega un papel importante el déficit tarifario que permitía mantener el precio de la electricidad bajo para los consumidores y al mismo tiempo retribuir generosamente a los productores de energías renovables. La retribución, lo que cobrarían durante 25 años las energías renovables por la energía producida, se fijaría en el BOE.

Miel sobre hojuelas para políticos sin escrúpulos: Presumir de ecologistas sin subir la luz. Demasiado bueno para no exprimirlo, así que forzaron unos planes de instalación y retribución de los renovables descabellados. Cada cacique local quería sus molinos y cada terrateniente sus placas. España, en 3 años, se cubrió de escándalos, molinos y placas solares. Nos convertimos en el segundo país europeo, después de Alemania, en energía eólica y fotovoltaica. Todo era poco en un país energéticamente ineficiente, y el boom inmobiliario realimentó el verde. Batíamos records de consumo eléctrico años tras año.

Y llegó la crisis, los inversores dejaron de prestar dinero, el déficit tarifario ya no les servía a las empresas para repartir dividendos, así que nerviosas empezaron a decir que nada de aplazar el pago: Quieren el dinero ya, acuciadas además por el descenso en el consumo de energía eléctrica, consecuencia de la crisis. Ahora, dicen, hay que subir el recibo de la luz urgentemente. Se acabó la fiesta y hay que pagar, pero nadie quiere perder su parte del pastel, así que empiezan los codazos que llenan hoy las portadas de los periódicos con estudios y análisis cocinados a medida de las partes. Así que quizás sea oportuno este modesto intento de presentar las cifras del desastre.

El coste anual de la energía eléctrica en España es de 24.409 M€ de los cuales 15.944 M€ los determina el BOE y el Mercado Eléctrico “libre” solamente 8.465 M€. Es decir el 65% del coste de la electricidad se fija en el BOE.

Por otro lado este 65% del coste fijado en el BOE solo produce el 45% de la energía, el 55% restante, solo supone el 35% de la factura.

Si tenemos en cuenta la energía producida con los 24.409 M€, el coste resultante para el consumidor es de 88 €/MWh, mientras que el precio medio en el Mercado Eléctrico es de 60 €/MWh. La diferencia se debe, como veremos a continuación, a las subvenciones a las energías renovables.

De acuerdo con datos de 2011, la energía fotovoltaica cobró 373 € por cada MWh y la eólica 86 €. Como resultado, de los 24.409 M€, la fotovoltaica, que solo produce el 3 % de la energía que consumimos, se lleva un 12%, de los costes: 2.700 M€ al año y la eólica con el 15% de la producción se lleva el el 15% de los costes: 3.650 M€ al año. Es decir con un 27% del coste total solo se produce el 18% de la energía.

Incluyendo el resto de energías denominadas renovables: quema de residuos, etc. el 40% del coste solo produce el 20 % de la energía.

Es decir somos verdes a plazo y a un precio muy alto y todo ello gracias al BOE que, sean cuales sean los precios en el Mercado Eléctrico, asegura el cobro de la diferencia entre el precio del Mercado y el precio garantizado para cada tipo de energía renovable.

Además, en estas condiciones, las energías renovables acuden al mercado y ofertan su energía a 0 €/MWh, distorsionando así a la baja el precio del Mercado Eléctrico. Un bajo coste de la energía en el Mercado, que es el que fija los precios para las transacciones internacionales, nos ha permitido exportar energía a Francia, Portugal y Marruecos, energía barata que subvencionamos entre todos.

La solución obvia a esta locura sería reducir drásticamente o, en un contexto de exceso de generación como el actual, incluso eliminar todas las subvenciones a las energías renovables y que cobren el precio resultante del Mercado en competencia con otras energías. Pero aquí nos encontramos con el obstáculo de que los dueños son inversores nacionales e internacionales, y las principales eléctricas. Ambos claman contra la inseguridad jurídica que supone el dar marcha atrás en algo publicado en el BOE y los primeros encabezados por EE.UU., al menor movimiento en esta dirección, amenazan con represalias con la prima de riesgo y los contratos de empresas españolas. Las segundas con el grifo del déficit de tarifa cerrado, ya han iniciado el ataque al gobierno en los tribunales y van ganando. Algo impensable hace poco, a pesar de que la desidia con la que se ha elaborado la legislación en materia energética, los tiene bien provistos de munición, que irán utilizando a medida que la necesiten.

El déficit tarifario está en los 20.000 M€ y aunque, una parte, se ha conseguido colocar en forma de bonos, pagando así a las eléctricas, la factura total aumenta a razón de unos 2.000 M€ al año debido a los mayores intereses y la puesta en servicio de instalaciones con subvenciones ya garantizadas.

No hay duda que las energías renovables son el futuro, pero al ritmo y a los precios que nos podamos permitir. Sin olvidar la eficiencia energética, nuestra gran asignatura pendiente, que desde luego no se va a resolver con industrias de enclave, como el famoso supercasino, que si llega a construirse en Madrid será un agujero energético de primera magnitud.

Es momento de decidir que futuro queremos dejar a nuestros nietos y bisnietos. Si la seguridad jurídica de las pensiones, la sanidad, la educación y la investigación no se respetan a lo mejor hay que olvidarse de la de inversores y empresas. La decisión no es sin dificultades ni riesgos, pero nos va demasiado en ello.