14 marzo 2009

Vida, muerte e Iglesia Católica

De mi época de monaguillo recuerdo el enorme cirio pascual con su Alfa y Omega y el crismón. Entonces me parecía algo tan incomprensible como los latinajos con los que respondía al oficiante durante la Misa. Más tarde me explicaron que aquello simbolizaba a Cristo principio y fin de todas las cosas. Hoy creo que el simbolismo del cirio pascual es la mejor representación de las preocupaciones de la Iglesia Católica. Obsesionada en controlar hasta el más mínimo detalle el inicio y el fin de nuestras vidas, pero mucho menos interesada en lo que nos ocurre en el viaje, para el cual, en el mejor de los casos, nos deja en manos de la providencia.
Teniendo en cuenta que el negocio de la Iglesia Católica se basa en la Vida Eterna, resulta bastante lógico que no le preste demasiada atención al brevísimo paréntesis de la existencia terrenal, excepto para controlar a los clientes a la entrada y a la salida.
Solo con esta perspectiva se entiende que no deje títere con cabeza para defender un pequeño puñado de células indiferenciadas, un proyecto de ser humano, aunque ello sea a costa de condenar a la muerte, en ocasiones con gran sufrimiento, a un ser humano real. Después de todo el puñado de células es un potencial nuevo cliente, en tanto que el ser humano de carne y hueso es un cliente ya asegurado, siempre, claro está, que se lo lleve de este mundo el Creador, socio fundador de la Iglesia Católica, y no decida finalizar el viaje por su cuenta.
Es en el asunto de la finalización del viaje donde la Iglesia Católica tampoco da cuartel, no importa el alcance de los daños directos o colaterales. Terribles sufrimientos y familias destrozadas se consideran justificados por el derecho del Creador a disponer hasta el final de sus criaturas.
La presencia del sacerdote junto al pelotón de fusilamiento, al lado de los condenados a muerte por la justicia terrenal, es en el fondo un símbolo de la convalidación por el Creador de un acto humano.
Esta lógica probablemente tiene sentido para los católicos. Pero para los que no creemos que exista nada más allá de nuestra vida terrenal y que del mismo modo que el nacimiento es fruto de la voluntad humana de nuestros padres, y que el como y el cuando de la muerte es nuestro derecho como seres vivientes, resulta totalmente inaceptable.
Ahora que la ciencia médica y la biología están poniendo en cuestión cada día las fronteras de la creación de la vida y el instante de la muerte, es más urgente que nunca, evitar que las leyes que nos obligan a todos se mezclen con las derivadas de creencias religiosas que solo deben ser de aplicación a sus creyentes.