18 febrero 2007

La Energía - I

Entre la marea de proyectos-propuestas de la Comisión Europea, hay uno relacionado con el cambio climático, cuyo debate está pasando casi desapercibido en la prensa europea. La prensa española, ni lo menciona y se conforma con el dúo Gore-Zapatero, sin más sustancia que promocionar la película de uno y la imagen del otro, y con los ecologistas nativos y sus generalidades de costumbre.

Pues bien, la Comisión Europea está debatiendo una legislación para limitar las emisiones de CO2 de los automóviles a 120g/Km. El impacto de la puesta en marcha de esta legislación, en 160 millones de automóviles, sería importantísimo en la reducción de la contribución de Europa al efecto invernadero. Incluso los más reticentes a aceptar la influencia del hombre en el cambio climático, consideran las emisiones de CO2 como un factor relevante.

Así las cosas, deberían estar nuestros líderes y representantes europeos promoviendo a todo trapo la aprobación urgente de esta legislación, y los ecologistas, manifestándose a diario en Bruselas exigiendo su puesta en práctica.

Sin embargo, no vemos ni lo uno ni lo otro. Y si observamos con atención, nos encontramos con la decidida oposición de la Sra. Merkel, que se ha comprometido, con todos los medios a su alcance, durante la presidencia alemana de la UE, a bloquear o aligerar la legislación; es decir a aumentar hasta 180g la cantidad de CO2 por Km. ¿Cómo es posible que en uno de los países líderes en el cumplimiento del Protocolo de Kyoto, la jefa del gobierno se oponga a una medida tan beneficiosa?

Las razones hay que buscarlas en los Salones del Automóvil, donde los coches ecológicos como el Volkswagen Lupo o el Opel Corsa Eco, han recibido tanta atención, como importante ha sido su fracaso en ventas. Y así las cosas, The British Society of Motor Manufacturers and Traders, avisa que con el borrador de ley actual, una gran parte de la industria europea del automóvil no sería rentable. Al solista inglés se han añadido los pesos pesados: Ford, BMW, VW y Daimler-Chrysler para formar un coro formidable, el eco de cuyas canciones resuena en lugares tan distantes como Bruselas, Berlin, Brno, Birmingham, Paris y Lyon, pero también Valencia, Vigo, Barcelona, Pamplona,… La letra de una canción es, que los europeos quieren coches ecológicos, pero no quieren pagar por ellos, y la otra, sorprendente para empresas high-tech, es que la tecnología sola no puede resolver los problemas. ¡Al fin!

Y aquí, se atempera el ardor ecologista de nuestros parlamentarios europeos, y se disuelve el amor de los ecologistas por la madre Gaia, que a lo mejor ni es su madre. Los políticos analizan los fondos electorales, las futuras elecciones, y su futuro después de la política (véase Schroeder, Gonzalez, Aznar, …) y miran para otro lado, o bien, toman partido como la Sra Merkel.

Por aquí, Zapatero sonríe con Al Gore promoviendo fantásticas organizaciones y los ecologistas nacionales hablan de las luces de Navidad, de la energía eólica y de nuestro incumplimiento de Kyoto.

Hablando de Kyoto, vamos a ver de significa el hecho de incumplir con Kyoto.

El incumplimiento con Kyoto, se mide en relación con el nivel de emisiones de CO2 contabilizado por cada país en 1990, más un incremento anual relacionado con las previsiones de crecimiento económico. Tanto el nivel de emisiones en 1990 como las previsiones de crecimiento, al no disponer de datos objetivos, fueron objeto de un intensísimo debate, durante las negociaciones del Protocolo, para lograr cada país la mayor cantidad posible de emisiones de CO2. Así, hubo países que registraron valores de emisión más elevados de los reales e índices de crecimiento muy por encima de sus propias previsiones, por no decir de los datos reales.

Con este panorama, Alemania y Francia pronto se encontraron con superavit de CO2 en relación a Kyoto, es decir menos emisiones de CO2 que las asignadas, y además de lucir el palmito ecológico, hacen buenos negocios vendiendo “derechos” de emitir CO2 a países malos como España.

Sin negar el esfuerzo, en especial de Alemania, en reducir sus emisiones de CO2, lo cierto es que partía, al igual que Francia, con ventaja de salida, como consecuencia de su estrategia negociadora del Protocolo de Kyoto.

¿Qué pasó con España? Pues sencillamente, hoy tenemos los datos, que negoció un nivel de emisiones inicial muy inferior al real y no acertó a prever un crecimiento económico acorde con el desarrollo de los últimos 20 años. ¿Optimismo, voluntarismo o incompetencia de los negociadores? Nunca lo sabremos, pero lo cierto es que a la firma de Kyoto en 1997 ya lo incumplíamos de largo.

No es que España haya sido un alumno aventajado en la reducción de emisiones de CO2, sino más bien todo lo contrario, y que hay un gran camino que recorrer, y muchas medidas que tomar, pero la utilización demagógica del incumplimiento de Kyoto no ayuda a la solución de nuestro exceso de emisiones de CO2. No tener en cuenta la espectacular reducción de la diferencia de desarrollo entre España y la UE, en los últimos veinte años, lograda con índices de crecimiento cercanos a los de países subdesarrollados, y su influencia en el incumplimiento de Kyoto, es un error.

Y lo es, porque en el modelo de crecimiento, que ha permitido el “milagro español” está la respuesta a nuestro incumplimiento y también su solución.

Un modelo basado en industrias de enclave: aluminio, cemento, química, cerámica etc., e industrias de bajo-medio nivel tecnológico, como la construcción de automóviles. Todas ellas con un elemento común: un gran consumo energético por unidad de producción. A esto se ha añadido, como elemento acelerador, la industria del ladrillo.

Como indicador del impacto de este modelo en el consumo energético, señalar que para un consumo nacional de 30.000 MW, el apagón ciudadano publicitado hace unas semanas supuso solo unos 1.000 MW. Pues bien, alrededor de 300 empresas de los sectores citados consumen más del doble de esta potencia.

El denunciar y enfrentarse a este modelo es arriesgado y sobre todo poco popular, si vamos en serio.

Ir en serio supone, modificar en un plazo de 10 años el modelo de desarrollo, cerrando las industrias de enclave, sustituyéndolas por otras basadas en el conocimiento y en tecnologías propias.

Ir en serio requiere, establecer fuertes incentivos al ahorro energético, con impuestos al consumo de energía, de todo tipo, tanto para la industria y el comercio como para el sector doméstico. Los impuestos podrían dedicarse, entre otras cosas financiar el proceso de cambio.

Ir en serio, necesita de la implicación de todos, sindicatos, ecologistas, organizaciones ciudadanas de todo tipo, y por supuesto el gobierno, en la tarea de explicar y promover el cambio de modelo, por impopular que pueda ser, sobre todo en las primeras fases.

Ir en serio supone, denunciar la vergonzosa connivencia, ignorando a los ciudadanos, de Bruselas: Parlamento y Comisión Europea, con los grandes conglomerados industriales y financieros, en especial alemanes y franceses.

En España el cambio de modelo, nos haría además menos dependientes de las decisiones de las multinacionales propietarias de estas industrias de enclave, que amenazan un día sí, y otro también, con trasladarlas a otros países – enclaves- , donde el coste de la energía les permita competir-en-un-mercado-global. Así que gobierno tras gobierno, y el actual no es una excepción, no solo no grava el consumo de estas empresas, sino que les ofrece descuentos, cuyo coste, por cierto, reparten entre el resto de consumidores. A esto le llaman “socializar”.

Si se observa el caso de China, al desarrollo basado en las industrias de enclave, ya le está acompañando otro basado en el conocimiento. Según un estudio reciente, China ya tiene ya tantas universidades, nueve, como España entre las 500 mejores del Mundo.

Los hechos son tan incómodos como necesarios para resolver los problemas. Las medias verdades o la ocultación de los hechos solo ayuda a los pescadores en río revuelto de toda condición.