10 noviembre 2006

Elecciones EE.UU. ¿Ha cambiado algo?

El triunfo de los Demócratas en las elecciones legislativas de EE.UU. está siendo celebrado con cierto alborozo, por la prensa de orientación “progresista”. Se considera, que un predominio demócrata en la política USA, significa un mejor, y distinto, acercamiento a Europa, menos agresividad y un mayor respeto por las leyes internacionales. Algunos llegan tan lejos como imaginar cambios sustanciales en la relación EE.UU-Israel, y un nuevo rumbo en Irak.

¿Realmente hay motivo para celebrar algo?. Para responder a esta pregunta, habría que contestar antes a algunos interrogantes: ¿Los ciudadanos USA, le han dado la espalda al agresivo Bush y la política de su gobierno, inspirada por una poderosa coalición de cristianos ultra-conservadores y el Lobby Judío?, ¿Son los nuevos congresistas y senadores demócratas firmes opositores de la política belicista y de recorte de los derechos individuales, en nombre del Terror Islamo-Fascista?, ¿Tiene la nueva mayoría en el Congreso, y en el Senado, una visión del mundo distinta de la unilateralidad y la guerra preventiva-si-hace-falta-para-defender-nuestros-valores?, ¿Cuánto poder real, y no mera representación de poder real queda hoy en el Congreso y el Senado de EE.UU.?

Cualquier intento de respuesta, no debería olvidar que algunos de los presidentes más belicosos de EE.UU. han sido demócratas: Harry S. Truman en la Segunda Guerra Mundial y Lyndon B. Johnson, artífice de los bombardeos masivos en Vietnam, por mencionar a los más recientes. O el pacifista Jimmy Carter, que perdió su presidencia, a favor de Ronald Reagan, debido en gran medida a una operación de comandos, estrepitosamente fracasada, organizada para liberar a los rehenes USA en Teherán. Tampoco debería pasar por alto, la tremenda impronta, que la guerra de Vietnam, ha dejado en el pueblo estadounidense. Es la primera gran derrota militar de un estado-imperio en expansión, y una gran parte del público norteamericano piensa que fue debida al hecho de no permanecer unidos frente al enemigo exterior. Y por último, el impacto psicológico del 11-S, que pone fin a la inviolabilidad de la isla continental EE.UU. A este respecto, quizás sea útil recordar que una constante de la estrategia política de EE.UU. como nación, ha sido el garantizar esa insularidad. Presidentes USA desde Monroe a Teddy Roosvelt, han mantenido, con los altibajos debidos a la propia consolidación de EE.UU. como nación, un objetivo común: alcanzar primero la orilla del Pácifico, hacerse respetar después como potencia naval mundial, y por último controlar los dos océanos. El muy celebrado acuerdo entre el demócrata Roosvelt y Churchill, conocido como “Carta del Atlántico”, y considerado, por algunos, como el inicio de los procesos de autodeterminación y liberación de los pueblos del yugo colonial, forma parte de esta estrategia, al establecer como condición para la ayuda EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, la transferencia a la esfera de influencia o control directo por parte de EE.UU., de posesiones clave de Inglaterra en los Océanos Atlántico y Pacífico.

En este contexto, no parece probable que lo que se haya producido, sea un rechazo de la política en Irak, sino más bien al temor a un nuevo Vietnam, el miedo al fracaso, y el rechazo del perdedor. Pero todo ello sin parecer desunidos, sin mostrar debilidad ante el enemigo: “United we will prevail”. Ningún político, del signo que sea puede atreverse a romper este tabú de la sociedad norteamericana. Nancy Pelosi, la agresiva nueva presidenta del congreso, ni menciona el cambio de rumbo en Irak, salvo para pedir que se vaya el perdedor: Rumsfeld.

Muchos de los acuerdos alcanzados en el Congreso y Senado USA, en relación con el recorte de libertades, y la política en Irak han sido bipartidistas, contando con el apoyo de numerosos congresista demócratas. Sin olvidar, que uno de los congresistas demócratas reelegidos es Joe Lieberman, ex–candidato a la vicepresidencia con Al Gore, miembro muy activo del Lobby Judío, y cuya candidatura fue ardientemente apoyada, por toda la artillería neo-conservadora. Y muchos otros demócratas elegidos o re-elegidos, exponen en sus páginas Web posiciones en relación con Irak, que no difieren, en gran medida de las de sus colegas republicanos. Eso sí, todos prometen comisiones de investigación de casi todo. Es decir el gran circo USA.

La inspiración teórica de la política exterior demócrata es el denominado Realismo. Su padre fundador: Henry Kissinger. El Realismo, no renuncia a una visión unilateral de las relaciones internacionales, ni a la imposición de los valores USA urbi et orbe, ni tampoco a la guerra preventiva. Sólo abandona el idealismo fanático, dirigido por una elite selecta, de los neo-conservadores, en aras de posiciones más pragmáticas. Allí donde los neocon, una vez identificado al país-dictador contrario a los intereses imperiales USA, lo derribarían, o intentarían derribarlo, por la vía del bombazo o el asesinato selectivo a cargo de sus expertos israelíes, ignorando la ONU y cualquier consulta con la débil Europa, los Realistas tratarían de “convencer” a los europeos, “presionarían” a la ONU hasta obtener algún tipo de cobertura legal, y siempre que el esfuerzo de derribarlo, fuera mayor que los beneficios obtenidos a corto plazo por su deposición, mantendrían la situación. Uno de los reproches de los necon a Clinton es su tibieza en los Balcanes.

El Realismo, no está en contra del alineamiento con Israel, o del apoyo cínico a dictadores y régimenes tiránicos de toda laya y condición, si después de un análisis coste-beneficio el negocio resulta rentable.

En el caso de la relación EE.UU- Israel, el control del petróleo y del gas de Oriente Medio, es tan prioritario en la agenda Neo-con como en la Realista, e Israel, con sus modos de matón, continuará siendo un socio privilegiado de EE.UU., solo atemperado en lo necesario para poder extraer el crudo sin estar bajo las bombas. El que esto sea posible a corto plazo, es asunto distinto.

Por último, el poder para crear opinión, de los grupos de presión neo-conservadores y el Lobby Judío, sigue intacto, alimentado por donaciones multimillonarias de las grandes corporaciones multinacionales. Su influencia en el Senado y Congreso norteamericanos es enorme, a través de innumerables lobby, que controlan, entre otros asuntos, la implantación de industrias y las inversiones multimillonarias de programas de defensa en diferentes Estados. Su posición, en los medios de comunicación a través del consorcio de Rupert Murdoch, privilegiada. Todo esto, en una sociedad, local y mediática como la norteamericana, hace que el poder real esté hoy lejos de las comisiones y debates del Congreso y Senado de EE.UU. y muy cerca de los “Think Thank” que no han cambiado de dueño ni de orientación. Y finalmente, pero no por ello menos relevante, recordar, después de las eras Reagan-Bush-Bush, la abrumadora mayoría conservadora en el Tribunal Supremo de EE.UU.

No parece que haya mucho motivo para el alborozo, y sí para el escepticismo, que ojalá desmientan los hechos en los próximos dos años. Las relaciones EE.UU. Israel pueden ser una buena prueba, y la condena sin paliativos de los últimos asesinatos “por error” del ejercito israelí un primer símbolo de que algo ha cambiado.