25 mayo 2014

Paisaje después de la batalla

Hoy se celebran las elecciones al Parlamento Europeo. Es la primera ocasión, después de la fase aguda de la crisis económica, que tienen los ciudadanos de manifestarse acerca de la Unión Europea. En 1993 le preguntaron, al entonces primer ministro de Francia Edouard Balladur, por el significado de la Unión Europea y su respuesta fue “Nada, y ahí precisamente reside su belleza”. Con estos mimbres empezó todo.
Sin embargo, la Nada de Balladur  ha sido el campo de batalla de una guerra económica encarnizada en la que se han vuelto a defender de nuevo los intereses nacionales, por encima de cualquier otra consideración.  Es por esto que conviene revisar el paisaje después de la batalla.
Un hecho incontestable es que el ganador, hasta ahora, de la guerra económica es Alemania.
Quizás tenían un plan, o quizás, como les gusta pensar a los alemanes, es solo el cumplimiento de su destino singular. Pero con plan o sin el Alemania ha configurado una Europa a su medida.  Albert Speer, ministro de planificación con Hitler, seguro que sonríe en su tumba de Heidelberg. En el camino,  han despertado viejos demonios, como el populismo y la xenofobia. Un precio quizás demasiado alto. Veremos.
Pero ¿En que consiste el éxito de Alemania?
Sin quitar mérito alguno a la capacidad de su industria y su comercio, lo cierto es que su éxito solo es posible, en gran medida, gracias al secuestro por parte de Alemania de la política monetaria europea.
Alemania considera que el Euro es cosa suya y lo maneja como le conviene a sus intereses.  Desde la introducción del Euro en 2002,  su valor respecto al Dólar no ha dejado de incrementarse, llegando a su pico en 2008, en plena crisis económica, cuando alcanzó los 1,6 Euros por Dólar.  El valor de cambio del Euro frente al Dólar no ha bajado en los últimos 10 años de los 1,2 Euros por Dólar, y ello con independencia de la evolución de la economía en los distintos países de la UE.
La economía de Alemania se basa en conseguir energía, materias primas y mano de obra barata fuera de la UE, y luego vender los productos manufacturados, en Euros, dentro de la UE, que constituye el destino del 75% de sus exportaciones. Para ello, necesita un Euro fuerte que le permita abaratar sus compras en Dólares. Para entenderlo, con un tipo de cambio de 1,5 Euros por Dólar, consigue un "descuento" en sus compras de gas del 50%.  Por contra dificulta las exportaciones y el turismo con países fuera del área Euro, y mantiene cautivos en el Euro a países como España.
La obsesión de Alemania con la inflación no es más que un disfraz para mantener una tasa de cambio que favorece fundamentalmente a Alemania.
Esta situación constituye una subvención encubierta a la industria alemana que ha disparado sus beneficios y también los de los particulares. 
Las empresas y particulares alemanes invirtieron estos beneficios, en el caso de España, durante los años de la burbuja inmobiliaria en cédulas y bonos hipotecarios. Con el derrumbe de las cajas la devolución de estas cédulas y bonos estuvo en peligro, de ahí el interés de Alemania por nuestro rescate económico, que no era otra cosa que el de sus bonistas. El memorándum por el nos rescataron (que no fue discutido en el Parlamento) excluía expresamente a los bonistas de una eventual quita. 
Para cerrar el cofre con siete llaves, forzaron una reforma exprés de la Constitución que da preferencia a la devolución del rescate por encima de cualquier otra obligación del Estado.
Pero quedaba un paso más: Como China ya no es el socio que era, ahora necesitan disponer de mano de obra barata y dócil dentro de la propia Unión Europea y para ello  exigen “reformas económicas” que hasta ahora han permitido en España una reducción media de los salarios del 3,6%. Esta masa de trabajadores baratos, endeudados por décadas,  y por tanto dispuestos a aceptar casi todo, permite ahora a las empresas alemanas competir no solo en Europa sino también fuera de ella.
Es una combinación, que origina de forma inevitable tasas de paro elevadas en los países empobrecidos, y por ello la preocupación por que nuestra tasa de paro no de lugar a un estallido social.
La pregunta es si este régimen de explotación tercermundista dentro de Europa es sostenible y Alemania podrá seguir disfrutando a largo plazo de la situación de privilegio de que goza hoy. La respuesta empezará a delinearse con el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo.
De momento, ensimismada como está en su propio éxito, Alemania va poner en marcha la jubilación a los 63 años, mientras fuerza a los socios pobres a que sus ciudadanos trabajen hasta los 67 y más allá.  Una visión provinciana que añade a la injusticia el insulto.
En cualquier caso, la guerra ya tiene una víctima: la Unión Europea, que como entidad supranacional con sus ideales de justicia social, ha dejado de existir.  Lo que queda es un enfermo terminal al que intentarán mantener, tanto como puedan, con respiración asistida la burocracia que ha hecho de la UE su medio de vida.

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