Parece como si nos hubiéramos confabulado para
autodestruirnos.
Es escandaloso, hace un siglo sería alta traición, que haya
compatriotas que clamen por el famoso rescate. Por si no había quedado claro el
rescate es pedir dinero prestado, a devolver por todos los españoles, para que
los inversores privados alemanes y franceses recuperen sus prestamos a bancos y
empresas privadas españolas. La Troika son empleados de los acreedores cuyo
trabajo es conseguir que los prestamos se devuelvan lo antes posible, es decir
no es su misión preocuparse por las consecuencias de sus propuestas, sino solo
de su eficacia recaudatoria. Simplemente
negocios.
Y muy buenos negocios. Las deudas privadas se resuelven en
los tribunales o desaparecen con el deudor. Las deudas soberanas, de los países,
duran siempre. De ahí su prisa en que pidamos el rescate.
El rescate es el equivalente “civilizado” de una ocupación.
Que nadie se haga ilusiones, desguazarán el país si es necesario. Nada seguirá
igual, nos afectará a todos de forma
dramática.
¿Podemos hacer algo para evitar la catástrofe que se nos
avecina? Si, rechazar de manera clara el rescate. Que acreedores y deudores privados resuelvan
sus problemas, con aplazamientos de la deuda o quitas. Es lo que han hecho
Islandia y Ecuador. Un camino muy difícil, que requiere cambios radicales en el
gobierno y en la Constitución incluyendo la salida del Euro. Una revuelta ciudadana en toda regla.
Hace unos días José Luis Sampedro en Salvados optaba por el
estoicismo. A lo mejor es la única salida, pero uno siempre espera que se
produzca el milagro.