Pero Uri Grossman murió, nos lo relata su padre, como jefe de un blindado, como un soldado ejemplar, obligación que se impuso de forma voluntaria. Su deber, su éxito como soldado, era la muerte de otros humanos, con padres y hermanas que los adoraban, grandes ilusiones y esperanzas. Sepultados bajo montañas de escombros, quizás causadas por las bombas del blindado de nuestro Uri, nunca sabremos de sus nombres, ni tendremos un relato del dolor de los suyos, y así seguirán siempre en el reino abstracto del “enorme número de víctimas”, sin alcanzar nunca la categoría de prójimo.
Hace más de sesenta años, Ernst Jünger escribía acerca del bombardeo de Hamburgo con fósforo, por los aliados: “Las víctimas murieron como peces o como langostas, fuera de la historia, en la zona elemental que no conoce registros”.
Esa historia, es la historia de los hombres, la que los hace individuos, y su ausencia y su dolor comprensibles, y por lo tanto convierte su muerte a manos de otros humanos, en un crimen.
En la zona elemental que no conoce registros, no hay humanos y por lo tanto tampoco crímenes ni culpables. Es la zona donde se desarrollan los Juegos de Guerra.
Así, y sin desearlo, el artículo de David Grossman se convierte en propaganda ideológica, donde Uri, su hijo, el valiente soldado israeli, es únicamemte víctima, y sus objetivos, y los del ejercito de su país: Israel, al otro lado del cañon de su blindado, son como peces o langostas: un número. Una vez transformado el prójimo en estadísticas, es posible romper, sin culpa ni castigo, uno de los tabúes más comunes a todas las sociedades y creencias religiosas: No matarás a tú prójimo.
El hecho no es un novedad, la historia de las conquistas y de la esclavitud así lo atestiguan, solo la escala ha cambiado. Es el nuevo reino de La Tecnología.