11 diciembre 2012

Tiempos de grandes cambios. Bailemos el Vals.

El 2 de agosto de 1914, un día después de la declaración de guerra de Alemania a Rusia, Franz Kafka escribió en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde curso de natación”.

Los humanos estamos diseñados para percibir solo la actualidad y tratar de encuadrar todos los sucesos, incluso los más perturbadores, dentro de la rutina de nuestra vida en la esperanza de que nada cambie y de todo vuelva a la normalidad. Los acontecimientos históricos solo muestran su autentico significado y alcance mucho más adelante.

Ahora, como entonces, no faltan las señales. La desfachatez, con la que los causantes de esta miseria, los perpetradores del expolio, cuyas consecuencias se prolongarán por generaciones, se perpetúan en el poder. La impunidad con la que se condena a millones de ciudadanos a la pobreza, en nombre de teorías económicas convertidas en artículo de fe. La desvergüenza con la que ignoran cualquier demanda de justicia o cambio, no importa lo multitudinarias que sean las protestas. La impudicia con la que manipulan y engañan a la sociedad, apropiándose de todos los canales de comunicación. Y cuando finalmente a pesar de haber amañado todas las leyes a su conveniencia, cometen alguna torpeza y se ven frente a un tribunal, pueden contar con una justicia corrupta, donde jueces y magistrados pasan, sin rebozo, a incorporarse a todopoderosos bufetes de abogados y minutas millonarias, como última red de protección. Todo ocurre a plena luz del sol, sin que alcancemos a imaginar la magnitud de la tragedia que nos anuncian, presos de una melancolía que nos convierte en victimas dispuestas a asumir como propias las razones de los verdugos.

Pero los signos no acaban aquí, Amanecer Dorado en Grecia, los Verdaderos Fineses, son hoy la segunda fuerza política en sus países, Berlusconi, un delincuente, probablemente vuelva a gobernar Italia, mientras los miasmas de la xenofobia se extienden por Europa. Hace unos días en el aeropuerto de Zürich cayó en mis manos el Tages Woche de Basilea, que con el titular Arde de nuevo Europa, encabezaba un artículo en el daba cuenta de las maniobras “Stabilo Duo”, en las que el pasado setiembre, 2000 soldados del ejército suizo lucharon por controlar a hordas de refugiados procedentes del resto de Europa, mientras el ministro de defensa declaraba que no descartaba la necesidad de recurrir al ejercito en los próximos años.

Todo esto forma parte de un proceso acelerado de descomposición social, que está corroyendo los fundamentos de un pacto social, de un modelo de sociedad, construido sobre el horror de treinta años de guerra.

No es por casualidad que la Constitución Alemana, la “Grundgesetz” o Ley Básica de la República Federal, incorpora un artículo relativo a los deberes de la propiedad cuyo uso debe orientarse al servicio del conjunto de la sociedad. En una entrevista reciente en el conservador Die Welt, el periodista no disimulaba su sorpresa con las respuestas de uno de los hombres más ricos de Alemania y dueño de un imperio industrial: Reinhold Würth de 77 años, cuando al preguntarle si estaba a favor de transferir ayuda a los desidiosos países del sur, respondía: Naturalmente a cambio de Paz y Libertad. El edificio, construido por varias generaciones de hombre y mujeres como Würth, se está viniendo abajo, con síntomas diversos, como diversas son las sociedades en Europa, pero con un elemento común: la irrelevancia de una creación europea por excelencia: la sociedad civil.

Las clases medias, principales destinatarias, protagonistas y beneficiarias de las sociedades democráticas, imprescindibles para producir los trabajadores especializados manuales e intelectuales, que requería el funcionamiento del Capitalismo de la Segunda Revolución Industrial, ya no son necesarias en esta Tercera Revolución. Los desarrollos científicos y técnicos del último cuarto del siglo XX las han reemplazado por la acumulación de capital para nuevos desarrollos en biología y tecnología y el despliegue de una automatización masiva, que solo requieren una pequeña élite de financieros, científicos y técnicos “Analistas Simbólicos”, según Jeremy Riffkin, que controlan las tecnologías y las fuerzas de producción. El premio nobel Wassily Leontief, señalaba “que el papel de los humanos como el más importante factor de producción está destinado a desaparecer, lo mismo que ocurrió con el de los caballos en la agricultura”

Es la irrelevancia del individuo como factore de producción, más allá de la necesidad de conservar en una situación de control grandes masas de trabajadores, desechables, moldeables, desplazables y amorfas, dispuestas para acudir en situaciones de emergencia, la que ha vaciado de significado a la democracia representativa.

Estamos ante un cambio de enormes proporciones, del que desconocemos cual será el desenlace, pero que no se resolverá con cuidados paliativos, sin que ello quiera decir que tengamos que renunciar a ellos, para aliviar a los que más padecen. Nunca volveremos al mundo tal como era, la pregunta es si el resultado merecerá la pena vivirlo.

En 1995 Jeremy Riffkin escribió un libro premonitorio “El fin del trabajo”, muchas de sus afirmaciones de entonces podrían ser titulares hoy, donde pronosticaba un mundo sin apenas trabajadores, con una reducción drástica del papel de los gobiernos en la vida de los ciudadanos, que ante este vacío se verían forzados a auto organizarse en comunidades de interés mutuo para defender su propio futuro, y lograr la mayor transferencia posible de las ganancias del sector productivo a organizaciones de voluntarios, ONGs, lo que él denomina el Tercer Sector, que se encargarían de mantener la cohesión social de la masa de los sin trabajo. Una visión, que algunos calificaron desde el principio de elitismo paternalista, que remplazaba el mundo de los derechos por el de la caridad. Quizás hoy es tarde hasta para esto. Hace unos días, el presumido de Krugmann, afirmaba en su columna del New York Times, que los economistas, incluso el mismo, habían minusvalorado, las repercusiones de la perdida de relevancia de los humanos como agentes económicos.

¿Por qué van a prestar atención al factor humano las elites dirigentes, si ha dejado de ser significativo para su prosperidad? Esta es la pregunta a la que tendrán que responder mis nietos.


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