No es exagerado decir que estamos asistiendo a la
instalación de un neo absolutismo en el que la ley divina es reemplazada por el
mercado como origen de toda legitimidad y poder, y el papel de los monarcas
ocupado por un reducido número de plutócratas, que se benefician de forma indecentemente
desmesurada de los ingentes aumentos de productividad y posibilidades de
control de la sociedad debidos a la tecnología.
Como durante el absolutismo, hay colores en el
comportamiento de los monarcas según la estructura y tradiciones de las
diferentes sociedades. A España, como entonces, en pleno proceso de
modernización y consolidación de una sociedad civil, que merezca tal nombre, le
ha tocado la peor parte y vamos a sufrir las consecuencias de este neo
absolutismo: servidumbre, empobrecimiento, corrupción y degradación, en toda su
crudeza. También ahora como en 1814,
tenemos un gobierno débil, incompetente y corrupto al servicio de los
plutócratas europeos de mayor rango.
Del mismo modo que el absolutismo no desapareció sin turbulencias,
tampoco lo hará su reencarnación actual. Es de una ingenuidad suicida esperar
que de todo esto saldremos en unos años con una recuperación económica. No es
solo un problema económico, el pacto social en cada país, y las relaciones
entre países, tan dificultosamente construidas después de la II Guerra Mundial,
están sufriendo un deterioro alarmante, del que la xenofobia creciente y cada
vez más descarada es su síntoma más evidente.
Los gobiernos, al servicio de las plutocracias locales,
tratan de cabalgar este caballo de xenofobia y sálvese quien pueda en provecho
propio, y el nuestro lo hace con esmero tratando de crear un sentimiento
nacional español como reacción a una Cataluña y Euskadi a las que da por
perdidas. Además, confían que esta fiebre patriótica inducida les proporcione
las mismas ventajas que a Mas en Cataluña. Las declaraciones de los ministros Wert
y Gallardón no son butades, son parte de una estrategia, que se irá acentuando,
para consolidar lo español.
El edificio del neo absolutismo no es sin embargo tan solido
como parece, y en el caso de Europa, España, sus ciudadanos, tienen esta vez el
gran bazuca. Un impago, ahora, de España desencadenaría un tsunami de tales
proporciones que se llevaría por delante la UE y con ella el entramado financiero
que da soporte a este neo absolutismo no solo en Europa sino también en EE.UU.
Asistiríamos al nacimiento de una nueva era, con muchos interrogantes y
zozobras pero también con muchas posibilidades.
¿Y Galicia?
Pocas veces unas elecciones locales pueden tener tanta
trascendencia como las de Galicia mañana. Descontados los resultados de Euskadi
y Cataluña, en los que la derrota del PP se atribuirá a los demonios
nacionalistas, las elecciones de Galicia son la primera oportunidad que tienen
los ciudadanos de mostrar su rechazo en el último reducto, al que todavía
concede importancia el complejo burocrático-plutocrático que nos gobierna: Las
urnas.
Un derrota del PP, no importa que el resultado sea una
situación ingobernable, sería un refuerzo a todos los movimientos de rechazo a
las políticas del PP y pondría en cuestión cada afirmación de que cuentan con
el apoyo popular. Se abriría un nuevo escenario, convulso y difícil desde
luego, pero con posibilidades de cambiar el rumbo de España y quizás de Europa.
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