14 agosto 2012

Nada que temer, nada que esperar, nada que perder




De tiempo en tiempo los Diarios de Thomas Mann. Esta vez los del periodo 1918-1936. Una frase: “Nada que temer, nada que esperar y nada que perder”, referida a la Alemania derrotada en 1918, tiene toda su vigencia desesperada en la España de hoy. No es seguro que haya dinero para pagar 400 € y mantener al borde de la indigencia total a 120.000 personas. Una familia completa abuela, madre, hija y tres nietos de 6, 4 y 2 años expulsados a la calle, con todas sus pertenencias, de una vivienda social en Madrid, por deudas que no alcanzaban los 20.000 €, son apadrinados por familias noruegas horrorizadas al ver un reportaje del desahucio con la abuela arrastrando la ropa de los niños empujada por la policía local. Una mujer que deja su trabajo para cuidar a su madre enferma y que después de gastar todos sus ahorros al no recibir ayuda alguna, tiene que mendigar pañales de muestra en la farmacia para su madre.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo permitimos que en este país decida sobre el infortunio de millones de personas un contable mediocre, que nunca debería de haber salido de su cubículo en alguna  oscura oficina? ¿Cómo permitimos que el destino de varias generaciones y el patrimonio acumulado de otras cuantas, sea ofrecido para garantizar las deudas consecuencia de los desmanes, la incompetencia y la avaricia de unos pocos? ¿Cómo permitimos que un individuo que no desmerecería en absoluto en el papel del jardinero subnormal de Mr. Chance, sea presidente del gobierno? La historia no va ser muy clemente con nosotros.

Es verdad que con la Transición nos desentendimos de la política y también que la abundancia de dinero nos hizo olvidar que casi nada había cambiado. Pero esta desdicha, de proporciones que no somos todavía capaces de imaginar, nos la han acarreado sobre todo, y una vez más, los de siempre. Nuestras “elites”. Los mismos apellidos, que llevan varios siglos arruinando y postrando a este país, aparecen de nuevo en los consejos de administración de las empresas, en las promociones de abogados y técnicos comerciales del Estado, en la judicatura y dirigiendo los partidos políticos, mediante un proceso de cooptación, que apenas da cabida a los intrusos, salvo para manipularlos por un tiempo en provecho propio. Son una pesadilla, siempre están ahí. Lo mismo venden las minas de Almadén para pagarse las amantes en París y los caprichos de una reina ninfómana, que traen en avión a un dictador sanguinario, o ahora desvalijan, a golpe de Monopoly, el país, y nos dejan en, y responsables de la miseria.

Si no nos deshacemos de ellos, seremos un país fallido. A los que consideren esta afirmación una exageración y la desdeñen con una sonrisa, a la historia les remito.

Muchos no veremos, aunque quisiéramos, la salida de esta pesadilla, pero algo es seguro: Qué sin un cambio radical en nuestra élite dirigente no hay despertar posible. No importa lo que ocurra en el mundo exterior, si el timón de la propia nave está gobernado, como el de las pateras, por traficantes sin escrúpulos, nos destrozaremos una y otra vez contra las rocas.

Cómo y quien organiza el motín es asunto de las generaciones que vienen, si no quieren seguir siendo parte de un país miserable. Cuanto antes inicien la cirugía a corazón abierto mejor.

Hay algunos que están deseando que llegue la Troika, los ocupantes, esos son los estraperlistas, los colaboracionistas, que florecen en los territorios ocupados.

Otros confían, como los afrancesados, que Europa nos traiga la luz, estos son los idealistas. A estos recordarles que a ningún ejército de ocupación le interesa el bienestar del país ocupado.

Siempre he renegado del “España es el problema y Europa la solución” de Ortega. Creo que España es la solución y Europa solo un sitio donde hay que convivir. La frase de Ortega refleja perfectamente el desapego y el desprecio de ciertos intelectuales por su propio país. Este desprecio es el que nos ha llevado a que mientras algunos entraron en Europa a regañadientes y otros para manejarla, nosotros lo hicimos huyendo de nosotros mismos y así nos va. La idea de Europa es solo una utopía cultural, que ha servido, que no es poco, para que no nos hayamos masacrado demasiado en los últimos 70 años, pero que se ha mostrado incapaz de evitar la guerra de nuevo cuño en la que estamos. Es necesario volver de nuevo a la realidad, olvidarnos de Ortega y de Europa,  y repensar de nuevo cada uno por su lado como queremos vivir juntos. Pero nosotros antes que nada a hacer limpieza en casa. Las cascaras de nuez no navegan los arroyos solo siguen su curso y a veces incluso encallan y se pudren en cualquier remanso. España hoy va camino de ser cascara de nuez. En las nuevas generaciones está la posibilidad de evitarlo con una autentica revolución.

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