Decía
hace unos días la vicepresidenta del Gobierno que ya se palpaba en las calles
otra alegría, que la gente notaba que se acercaba la recuperación. Quizás la vicepresidenta aleccionada por algún
asesor experto, se haya convencido de que la alegría es asunto subjetivo que
depende en gran medida de las expectativas, y si algo está claro es que éstas:
trabajo, salario, educación, sanidad, justicia han disminuido de forma tan
espectacular que cualquier mejora, por insignificante que sea, puede ser motivo
de alborozo. Hace bien poco un salario de 1000€ se consideraba una ignominia,
hoy para una gran mayoría sería una bendición. Para un padre de familia en la
cincuentena, sin salario, ni ayudas durante años, encontrar un trabajo de 800
€, aunque sea temporal y en condiciones de semiesclavitud es un milagro digno
de celebración y agradecimiento al señorito. Como debe ser.
Sin
embargo hay datos que muestran otra realidad: El riesgo de pobreza publicado
por Eurostat nos coloca en cabeza con un 22,2 % solo precedidos por Grecia con 23,1 %
y Rumania. Incluso los búlgaros con un 21,2% están algo mejor que
nosotros. Estos son datos de 2012 y todo hace pensar que no hemos mejorado. El
riesgo de pobreza infantil, según datos provisionales publicados por el INE
para 2013, alcanza un escalofriante 32,3 %. Además, la brecha social ha
aumentado y desde el año 2008 al 2012, en el índice de desigualdad de Eurostat,
sobre 100 puntos, hemos pasado de 32 a
35 puntos. Como contraste Portugal, a pesar de la crisis, ha disminuido esta
brecha: de 35 a 34 puntos. Alemania, por su parte, ha pasado de 30 a 28
puntos.
Es
decir el paisaje estadístico dibuja un país mucho más pobre, en especial los
niños, y sobre todo más desigual.
¿Cuál
es el país real? ¿El percibido o el estadístico? Si hemos de hacer caso del resultado de las
pasadas elecciones, parece que la dureza de las condiciones de vida está
acercando la estadística a la percepción en una parte significativa de la
sociedad española. Así que hay esperanza.
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