21 agosto 2013

Reflexiones inconexas

Han pasado 4 meses desde la última entrada y no han faltado acontecimientos que comentar. Tantos, que apenas se posaba la polvareda de cada noticia y su secuela de comentarios oportunos, otra tomaba el relevo en una secuencia que mezclaba vergüenza, indignación y hastío.
Asistimos al espectáculo del ajuste de cuentas entre bandas mafiosas: depredadores financieros (los de siempre), truhanes de nuevo cuño ( imitadores de los anteriores), y sus empleados (políticos y jueces).
Nada que esperar en este frente. Como las bandas mafiosas de Chicago o Nueva York, cualquier día las familias se reunirán en algún chalet con campo de golf propio y firmarán la paz. Se repartirán lo que quede.
Son los que mandan y no tienen intención de soltar la manija, les cueste lo que les cueste.
Ahora dicen que vamos saliendo de la crisis, que lo peor ya ha pasado. En realidad quieren decir que ellos, los culpables, se han salido de rositas y además van ganando. Veamos los brotes verdes: Privatización de la Sanidad pública; en marcha. Privatización del sistema público de pensiones; en preparación inevitable. Precarización de las condiciones de trabajo para convertir el país en un proveedor de mano de obra barata; viento en popa. Modelo productivo de país basado en turismo masivo, con su acompañamiento de mafia y prostitución; consolidándose.
Nada que, por desgracia, no hayamos comentado en estos últimos años.
Lo nuevo: La desfachatez con la que los vencedores de la crisis se jactan de sus logros y presumen abiertamente de su ideología. Después de conseguir avergonzarnos, con la supuesta anticualla de la lucha de clases, resulta que ahora existe y los ricos van ganando, Warren Buffet dixit.
Pero no es de esta pandilla de la que quería hablar hoy. Hay una frase que no me abandona: Somos humanos,  somos humanos. La pronunció el conductor del Alvia al darse cuenta de la magnitud del desastre. Poco les faltó a los carroñeros, envueltos en minutos de silencio compungido, para abalanzarse sobre la presa. Un hombre que conduce a 200 km/h a centenares de personas desafiando constantemente las leyes de la física con la única defensa de una tecnología administrada con criterios  contables por unos gestores anónimos, que nunca serán responsables porque ellos siempre cumplen las reglas. Reglas que ellos mismos, fuera de todo control, son los expertos, acomodan según conviene. ¿Cabe imaginar mayor indefensión?
Pero nada nos arredra, la técnica ha embotado nuestros sentidos, y nos embarcamos, cada vez con más fruición, en una vida al borde del abismo. Pondremos señales, más señales, entrenaremos a los conductores, al menos hasta que podamos reemplazarlos por robots, y seguiremos viajando a 200, 300, 400 km/h.
¿Para qué? ¿Es que no vemos que el gigantesco aumento de productividad consecuencia de esta vida de riesgo solo sirve a unos pocos, cada vez menos?
Quizás es tiempo de plantearse la idea misma de progreso. Una teoría, para explicar la detención del progreso técnico en China después de alcanzar, hace milenios, un nivel prodigioso, es que el Confucionismo consideró este progreso como una amenaza para la armonía del Cosmos.
Hoy China, abandonado el Confucionismo, es un ejemplo de progreso y depredación del planeta.
Pero muchos por rutina, agotamiento o falta de coraje, somos tambien chinos. Quizás, es que un cambio tan extraordinario solo puede ser abordado a lo largo de generaciones  con la energía de la juventud. Ahora solo nos es dado señalar caminos.





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