02 octubre 2011

Capitalismo y crecimiento. La tirania de la Tecnostructura




Uno de los elementos clave del Capitalismo es la necesidad de un crecimiento continuo en el volumen de productos y servicios generados. No es una característica más, es su misma esencia.

Esto ha sido siempre así, la ambición, la codicia y el deseo de poder son el gran motor de la historia. El impulso al desarrollo del capitalismo en sus primeros estadios, se ajustaba al mismo patrón, los grandes conglomerados industriales: Thyssen, DuPont, Siemens, Benz, Westinghouse, Ford en la industria, pero también en las finanzas, la llamada Haute Banque, con los Rothschild y JP Morgan, son el resultado de la codicia, la ambición de dinero y poder de individuos enérgicos y capaces.

En este modelo los individuos eran los titulares de los derechos y obligaciones ante la ley de las empresas que creaban.

El primer cambio sustancial a este modelo se produce en el siglo XX, con la transformación de estas empresas individuales en Corporaciones, en Sociedades Anónimas, a las cuales se reconocen los mismos derechos ante la ley que hasta entonces estaban reservados a los individuos.

Esto es un cambio revolucionario, que por una parte facilita la acumulación de capital necesario para las grandes empresas industriales, al permitir capturar los ahorros no solo de grandes fortunas, sino también de los “rentiers” y por otra diluye las responsabilidades, en caso de fracaso, en la Corporación.

Las nuevas empresas dejan de estar dirigidas por los dueños o grupos familiares muy allegados a los dueños, para pasar a ser controladas por lo que Galbraith llama “tecnostructura”: un grupo de individuos altamente cualificados que sin ser los dueños, ejercen el poder de facto sobre las empresas y se benefician de ellas, sin asumir ninguna responsabilidad en caso de fracaso. Esta combinación incentiva la asunción de riesgos, crecer, para obtener mayores beneficios, con independencia, en muchos casos, del destino final de la empresa.

Las grandes empresas, en el siglo XX, en especial en el mundo de las finanzas, son únicamente una tecnostructura, que manipula o engaña, si es preciso, a los propietarios que, aprovecha la protección jurídica que recibe la corporación a la que pertenecen, y el acceso privilegiado al poder, que les confiere su condición de “expertos” para que la sociedad funcione conforme al modelo capitalista, para explotar los recursos de de un país, del planeta, en su exclusivo beneficio. Son estas empresas las que financian y se benefician del gigantesco desarrollo industrial y científico del siglo, pero también de 30 años de guerra desde 1914 hasta 1945.

Sin embargo había una última barrera al crecimiento: la creación de capital, de dinero, incluso a una escala enorme como la desplegada por EE.UU. en la II Guerra Mundial, era insuficiente y estaba limitada por la convertibilidad del billete de banco en oro o plata. Los sucesivos episodios de hiperinflación, booms, crash y depresión económica, lo demostraban. La gigantesca necesidad de recursos de la Guerra Fría y, sobre todo de la Guerra de Vietnam, requería otro cambio revolucionario: Eliminar la convertibilidad de los billetes de banco, con lo cual la creación de dinero, o lo que es lo mismo de obligaciones de producción, podía ser ilimitada.

Así en el estadio actual, el Capitalismo es una tecnostructura, que ocupa las instituciones financieras, desde las que controla el poder político y judicial, la que, mediante la regulación del flujo de creación de dinero y la fijación de los intereses asociados, establece el ritmo con el que debemos producir bienes y servicios: Es decir crecer. Sin crecimiento no es posible ni atender los intereses ni fijar un valor al billete de banco y todo el sistema de vendría abajo.

El crecimiento es el talón de Aquiles del sistema, y por ello, una de las aproximaciones más interesantes para combatirlo es el movimiento por el Decrecimiento.

Carlos Taibo uno de los defensores de este movimiento dio hace unos días una charla a los 15M de Moratalaz, y fue, además de interesante muy emocionante ver a un profesor de la UAM bajo un árbol, explicando, que lo que, después de años de propaganda, hemos aceptado como obvio no lo es. Plantea preguntas tan interesantes como: ¿Tenemos que estar todos ocupados en producir?.

En 1995 Jeremy Rifkin en "El fin del trabajo" ya planteaba el problema, y algunas alternativas, no en la linea libertaria y ecologista de Taibo, pero que pueden ser un camino.

Quizás el nombre se olvide, pero el 15 M estará siempre para muchos en esas charlas al aire libre, que despacio pero seguro, están cambiando nuestra manera de ver el mundo y estoy seguro que fructificarán.

Me pregunto, por qué no sería posible, auto organizarse y extender estas charlas a nuestro entorno de amigos y conocidos, para plantearse casi todo. Capacidad no falta. ¿Queremos?

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