20 junio 2010

Del muerto o se habla bien o no se habla

¿Cúal es el limíte de la desfachatez del grupo de fanáticos que dirigen la Iglesia Católica?
Ni siquiera la vergüenza reciente de haber amparado durante décadas la perderastia en su seno los amilana y no han dejado enfriar el cadaver de Saramago para ensañarse con él desde el Osservatore Romano por un tal Claudio Toscani, que seguro será solo recordado por su diatriba.
Le reprochan su obstinación con el materialismo histórico, con el marxismo. Su preocupación por el inquisición o las cruzadas, olvidando el genocidio.
De que no andaba Saramago errado en su obstinación, tenemos buena prueba en la Crisis económica actual. De olvidar genocidios pasados y recientes, sabe más que nadie la Curia Romana, contemporizando con los nazis entonces y con con los que ordenaron el bombardeo indiscriminado de Bagdad no hace mucho. No había jeraquía católica en la Puerta del Sol protestando contra la guerra de Irak, y sin embargo alli estaba Saramago. Gracias a su obstinación, su voz ha resonado alta y clara para condenar toda clase de injusticias. Muchos la esperabamos como un faro y nunca fallaba. El contrapunto de la Iglesia Católica era un tibio discurso, cuando no un clamoroso silencio.
La prisa por aplastar al que desafió su poder de intimidación y consiguio a pesar de él, un premio Nobel, les ha ha hecho olvidar hasta la máxima piadosa de la sabiduría popular: Del muerto o se habla bien o no se habla.

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